El comportamiento social es un valor que apreciamos en nuestras mascotas, en perros y hasta en gatos. La capacidad que tienen esos animales para tolerarnos, para asociar y vincular su comportamiento natural con nuestros hábitos o para exhibir los suyos.
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Pedir sus piensos con gestos, sentir miedo, padecer a la soledad, esperar una recompensa con su comida, ser agresivos o demostrar alegría son parte de ese comportamiento social que deseamos en nuestras mascotas, que entendemos con la rutina de la compañía y con la simple observación.
Reconocemos esos hábitos sociales en perros, en gatos, en algunas aves, pero ¿y en animales salvajes qué también comparten nuestro espacio doméstico cómo mascotas? Por ejemplo, en reptiles como las iguanas o los camaleones.
Esa es probablemente la frontera, un línea invisible que hemos de traspasar, un reto personal de todo cuidador que quiera familiarizarse con sus reptiles, con su iguana o con su camaleón. Comprender las fórmulas de interacción social de unas especies que son ajenas a las pautas de los mamíferos más afines a nosotros.
Así, ¿qué hemos de esperar o qué habremos de reconocer en el comportamiento social de las iguanas o de los camaleones que nos ayude a mejorar su confortabilidad y a disfrutar mejor de su compañía?
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que a los reptiles no se les puede pedir el mismo grado de emotividad, de interactividad, que a mascotas más evolucionadas. Un perro o un gato mueve la cola cuando sienten agrado por su comida, por los piensos que les servimos, vocalizan, ladran o maullan con diferentes tonos cuyo significado podemos intuir.
Las iguanas y los camaleones nunca harán eso. No porque sólo porque, para nuestros oídos sean mudas, sino porque no responden de la misma manera.
El desarrollo normal de la vida de estos animales salvajes, con sus funciones básicas atendidas, como la seguir su alimentación o procrear sin ningún inconveniente en nuestra cautividad, será todo un triunfo y la forma en la que recogeremos la aceptación natural de nuestras iguanas o de nuestro camaleones en el entorno que hemos creado para ellas.
Algo que nos reconocerá con su experiencia un veterinario o cualquier profesional que esté al frente de una tienda de animales donde solamos comprar la comida de nuestras mascotas.
Una aceptación que, en cualquier caso, pasa por una estrecha conexión química, no la química que une a los caracteres, no es ésa. Hablamos de la química, la asociada a las feromonas. Los reptiles se comunican, se entienden socialmente, se aceptan, cazan o se aparean, se estabilizan y se integran en su entorno de acuerdo al rastro bioquímico que pueden percibir alrededor o de sus presas. No son buenas vibraciones, pero, por simplificar mucho, podría entenderse así.
¿Es un olor que captan los camaleones y las iguanas a su alrededor? No exactamente éso. Las feromonas que detectan estos animales salvajes y que le sirven para conseguir comida y sobrevivir son parte un mensaje químico un perfil único.
Un perfil único que se evalúa en el cerebro de los reptiles para acomodar una respuesta a tono, pero que se capta con unos órganos sensoriales situados en el paladar. Partículas químicas contenidas en el aire que las iguanas o los camaleones recogen a su alrededor.
Las iguanas detectarían así a lo que huele su comida más deseada, pero del mismo modo el perfume que llevamos cuando nos acercamos a ellas u olores extraños en la tierra que nos hayamos apuntado a comprar en una tienda de animales.
Una sensibilidad variable y extrema que tenemos que entender y que está en la base de su capacidad de relación con lo que les rodea.
Un sistema de percepción extraordinariamente fino y delicado que para estos animales salvajes es una ventaja natural, pero que también puede volverse contra ellos, si no somos capaces de gestionarlo para colaborar con esa interacción social que deseamos para mayor tranquilidad del animal.